viernes, 3 de septiembre de 2010

Victoria Civera: intensidades trémulas

Sotileza | El Diario Montañés
La galería Robayera exhibe sus primeras obras neoyorquinas.

«Sin duda, el rechazo, la reclusión de un imaginario femenino sitúa a la mujer en un lugar donde se experimenta a sí misma de un modo sólo fragmentario. Se trata de una experiencia de los restos o del exceso en los márgenes apenas estructurados de una ideología dominante; es en este espejo donde el «sujeto» (masculino) ha de reflejarse y doblarse.»
Irigaray, 'El sexo que no es uno'.

La obra de Vicky Civera dio un paso importante en una dirección nueva cuando decidió no preocuparse más por los modelos pictóricos dominantes para hacer, ni más ni menos, lo que ella quisiera. El problema de muchos pintores, y desde luego no sólo de los pintores, es que no saben lo que quieren hacer. Hasta en nuestra propia vida tendemos a la imitación. Creo que Civera está empezando a hacer lo que quiere haciéndolo. Es un proceso vacilante, de tanteo, que intenta descubrir los cambios de escala, la ampliación de la gama de materiales utilizados, la concentración en su lenguaje. Y dicho proceso implica un acercamiento a la transparencia, la ambigüedad, la simplificación: la rendición ante lo sensual, ante lo intuitivo y ante sensaciones y afirmaciones articuladas sólo parcialmente. En resumen, se mueve hacia adentro, hacia un yo íntimo, hacia lo que podría denominarse (y uso el término con mucho cuidado y precaución) una zona femenina. Sus imágenes cartografían aquello que se siente intensamente pero que, en cambio, se reconoce sólo en parte. Son «frases» mínimas, mezcla de oscuros murmullos, aguadas claridades y silencios blancos. Civera trata de explorar esas tensiones cotidianas que parecen manifestarse en forma de nudos en la garganta, en forma de sensaciones que están ahí, aunque no sepamos su nombre real. Pueden ser tan sucintas como una frase de Wittgenstein, tan sentimentales como una producción de Hollywood o tan sugerentes o intrigantes como un susurro. Nos sirven para registrar impulsos o intuiciones, para reunir signos poéticos y para afirmar la absoluta contigüidad de lo audaz y lo vulnerable, de lo transparente y lo opaco, de lo protegido y lo desamparado, de lo simple y lo complejo. Civera ofrece las huellas de un yo ambiguo, de heridas y afirmaciones, de las ficciones de iniciación y acción compleja. Parafraseando a H.D., son, literalmente, «definiciones herméticas», sus propias interpretaciones de la imagen de la poetisa americana de la «rosa más roja» que ha de aprender a desplegarse frente al lamento ahogado de las voces circundantes y a afirmar su necesidad para convertir las emociones, a la vez efímeras y poderosas, en formas duraderas: tenemos la sensación de ir montados en la más conmovedora de estas imágenes hacia donde ella inexorablemente pertenece, a evocaciones de sentimientos humanos. Es como si fuese en el momento en que se dice algo inaudible, en el instante en que aparecen las ruinas en la arena, cuando por fin llegamos a saber algo. Y lo que llegamos a saber es lo que Bataille llama 'werte', la permisividad de la muerte y la carencia:

allí, como aquí, la ruina abre

la tumba, el templo; entra,

allí, como aquí, no hay puertas.

Civera desea que estas imágenes se sientan bien, y con eso se refiere, no tanto a la sensación de equilibrio, armonía y perfección, como a cierta sensación de tensión, a una especie de molestia psicológica o retiniana, a un dolor punzante en el ojo y en la mente. Son imágenes que revolotean alrededor del centro pero que nunca lo ocupan. Prefieren el temblor de la luz que rodea el cuerpo. Creo que en este caso es tan obligado como peligroso hablar de un lenguaje femenino. Lo peligroso es, evidentemente, caer en clichés sociales o sexuales, pero al mismo tiempo nadie puede refutar ni la necesidad de ni la evidencia cada vez mayor de una nueva sintaxis. Como asegura la teórica francesa Hélène Cixous, crea un nuevo lenguaje, una especie de vocabulario devastador, un 'ente' que apunta contra un dueño sin nombre. Estamos entrando en una situación nueva en la que este 'ente' se manifiesta en varios ámbitos. «(El ente) escribe... sueña... inventa mundos nuevos». Igualmente, Civera juega con la paradoja, afirma tanto lo que sospecha como lo que está palpablemente ausente.

Me gustaría ahora abordar esta cuestión de un contenido implícitamente femenino desde otro punto de vista. Sherry Ortner, en su conocido artículo '¿Es lo femenino a lo masculino lo que la naturaleza a la cultura?', comenta que por mucho que se pueda equiparar a la mujer como producción de signos con la sociedad humana, sus funciones reproductivas la identifica con el cuerpo animal, y, por tanto, se le percibe universalmente como «más próxima a la naturaleza que a los hombres». Así, la mujer representa algo intermedio entre la cultura y la naturaleza, por debajo del hombre en la escala de la trascendencia. Sitúa continuamente a la mujer en la periferia de la cultura y explica cómo llega a funcionar simbólicamente tanto como fuerza subversiva (bruja, mal de ojo, madre castradora) como trascendental (diosa-madre que ofrece salvación). No quiero decir que Civera adopta alguno de estos papeles simbólicos, pero sí que parece cada vez más interesada por explorar esa zona virgen que está en los márgenes de la cultura, para afirmar así categóricamente un continente de placer femenino que no es ni oscuro ni carente, como diría el discurso falo-logocéntrico.

El 'otro' en ella

Civera se deleita con la multiplicidad, con la diferencia, sintiendo al 'otro' dentro de sí misma. Dice cosas tan simples que están a punto de desaparecer, pero que, en la más modesta de las afirmaciones, han pasado a ser indelebles. No quiero decir en absoluto que las imágenes de Civera conformen un arte feminista, entre otras cosas porque carecen de un programa ideológico. Pero sí subrayará su condición femenina, su deseo de adoptar una sensibilidad particular. Le preocupa sobre todo la búsqueda de un lenguaje capaz de cambiar las cosas, una forma activa de escribir su propia historia. Avanza mediante la acumulación fragmentaria de percepciones e intuiciones. Está comprometida con la búsqueda de la epifanía y con un intento de organizar las sensaciones a medida que se van asentando. Se fija en lo diminuto, en los acontecimientos discretos, en los reconocimientos trémulos.

Todos tenemos nuestras debilidades, nuestros rincones obscenos, nuestra monumental mediocridad. Pero en nuestra vida cotidiana también hay momentos de generosidad, de claridad y de dolorosa intensidad. Son estos complejos de emoción -de alegría, de miedo, de ansiedad, de incertidumbre, satisfacción y deseo- lo que conforma la esencia de esas imágenes. Intentan abandonar la retórica, dialogar simple y directamente. Abrigan envoltorios de protección y no pretenden nada. Las mejores son tan limpias y autosuficientes como una frase musical, reverberan como acordes. Su tema no es el conocimiento: es casi como si nos advirtieran que el conocimiento se ha convertido peligrosamente en una moda. La sutil curiosidad de Civera juega con todo que le llega a las manos. Puede ser al mismo tiempo deliciosamente sensual y delicadamente persistente. Ubica su mundo en función de sus propios tonos y matices, transparencias y texturas, sombras y afirmaciones.

Utiliza polyester, acrílicos y pinturas industriales. Mezcla los tonos a partir de una base de vinilo, en busca de una manera de afirmar con precisión sus propios pequeños reconocimientos, confiriéndoles carácter y especificidad. Esta preocupación por la delicada precisión explica en parte su fascinación por una serie de materiales (yeso, algodón, lino, seda, terciopelo, tejidos sintéticos, fórmica, etc.). Estos materiales ofrecen, con sus cualidades táctiles y visuales, la definición de la imagen. Son esenciales a lo que se está diciendo. Recuerdo que Civera me decía que su atracción por estos materiales se debía posiblemente a recuerdos de la infancia, al olor a cerrado en la tienda de su abuela, con los estantes llenos de telas y su peculiar silencio. Por una parte, las imágenes la devuelven a los olores, a un mundo femenino. Pero, en el fondo, la memoria y la nostalgia son presencias totalmente secundarias y efímeras. Las imágenes insisten en su naturaleza compuesta: intensidades, cartografías, metáforas del cuerpo. Creo que están eternamente amenazadas por la disolución, y en este sentido me acuerdo del severo pronunciamiento de Foucault en 'Vigilar y castigar' sobre el destino del cuerpo en la cultura contemporánea: «El cuerpo es la superficie en la que se inscriben los acontecimientos, trazado por el lenguaje y disuelto por las ideas, el locus de un yo diseminado que adopta la ilusión de una unidad sustancial -un volumen en desintegración».

Oscuridad

Hay una frase taoísta que nos dice que el ser y el no ser surgen de un fondo único, y no se diferencian sino por sus nombres. Ese fondo único se llama Oscuridad. Oscurecer esa oscuridad, he ahí la puerta de toda maravilla. Paradójicamente, el reductivismo de Civera, su insistencia en lo mínimo, su rechazo del exceso, se convierte en un medio para oscurecer la Oscuridad y abrir la puerta a la sorpresa.Es, acaso conscientemente, un tipo de pensamiento provisional que abraza la contradicción y evita toda racionalidad totalitaria. No busca autoridad, sino que aspira a una condición musical capaz de aprehender lo innombrable. Elige la constante modulación de la ansiedad como preparación o acceso al estado de emoción auténtica. Es una actitud que no está de moda en una época en la que todos dicen haber vivido experiencias auténticas. Sin embargo, jamás podemos dudar de la existencia de esa emoción auténtica y del deseo de volver a vivirla.

Debajo de la piel

Sabemos que no hay formas verdaderas de decir las cosas, de ver las cosas, de pintar las cosas. Y lo sabemos porque, al escuchar las palabras de los demás, al ver las imágenes de los otros, sabemos que las nuestras serían distintas. Las imágenes de Civera, por muy transitorias o efímeras que parezcan, habitan en la mente y debajo de la piel. Civera no intenta glosar lo que ve, sino que acepta abiertamente el numen. Es un acto poético que permite que surja el misterio en medio de un flujo continuo de emociones. Civera marca sus propios límites y trabaja modestamente dentro de ellos, y, como he hecho constantes referencias a esta humildad, quiero aclarar que no entiendo ese término como una virtud sino como un eficaz principio ético. En esta obra ubica los armónicos mínimos de su discurso, las notaciones de una peculiar y aguda sensibilidad.

La artista cuida sus tesoros personales sobre todo ahora que se ha dado cuenta de lo distinto que son de los nuestros. Nos encontramos en la antítesis, y lo único que necesitamos es hacer caso de los demás.

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