Regresa a Santander, a la galería Nuble, el escultor vitoriano afincado en asturias, Ernesto Knörr. Esta vez nos presenta la colección de piezas, "No desechable" que se inaugurará el próximo jueves.
Cada nueva exposición de Ernesto Knörr es un guiño a la sorpresa, al juego irónico y la calidad plástica, tributo a la historia reciente y amalgama de ideas que fluyen, inquietas y rítmicas, sin prisa ni pausa, hacia albores de carácter simbólico. Su fe en la escultura, en lo bien hecho, no deja indiferente a nadie que sepa mirar. Pero eso no impide que atesore búsquedas siempre renovadoras bajo su propia impronta.
Con esas premisas Knörr, que sigue manteniendo una distancia prudencial entre las nuevas generaciones y la disciplina oteizana, no se deja lastrar por filosofías o místicas ancladas en lo meramente ancestral. Tampoco lo necesita. Sabe cómo quiere vivir, dónde quiere vivir, con quién y para qué. Y lo hace humildemente, bregando el aire, dibujando el espacio cada jornada.
Así, este escultor vasco que reside en Asturias, presenta en su segunda exposición en la galeria Nuble de Santander, sus obras 'no desechables', que incorporan nuevas vibraciones y ciertos mensajes más o menos ocultos. Contra la cultura de usar y tirar, que impone una manera de pensar diseñada para alimentar las necesidades a corto plazo de la industria, la política, la sociedad y el éxito inmediato, Knörr rechaza perder de vista las virtudes de las cosas duraderas. Se trata, en fin, de seguir articulando respuestas e integrando significados estéticos y funcionales al contexto de trabajo para cargarlo de especificidad. Y hacerlo, si cabe, con un lenguaje abierto, capaz de releer las vanguardias históricas y sus raíces escultóricas manteniendo fructíferos diálogos con los nuevos volúmenes. Piezas contundentes, pero ligeras, casi volátiles, pero enérgicas, que desvelan un eficaz planteamiento compositivo y un inflexible empeño constructivo , armonizando las tensiones entre continente y contenido y las relaciones, visibles o invisibles, esencialmente plásticas.
Y hoy además, Knörr lanza un canto cuasi ecológico. Un sentimiento de reciclaje cotidiano, red que atrapa experiencias de la memoria, apartándose de la sociedad de consumo para no ser consumido. Un canto crepuscular, que nace seguramente en las montañas del Norte, donde el artista habita sus días y sus noches. Imagen y silencio, dualidad que se filtra sutilmente en cada una de estas obras; rigor y fantasía, asumidos como ejes discursivos de este nuevo compendio de formas y vacíos. Sin dogmas, arquetipos ni amaneramientos.
Cada nueva exposición de Ernesto Knörr es un guiño a la sorpresa, al juego irónico y la calidad plástica, tributo a la historia reciente y amalgama de ideas que fluyen, inquietas y rítmicas, sin prisa ni pausa, hacia albores de carácter simbólico. Su fe en la escultura, en lo bien hecho, no deja indiferente a nadie que sepa mirar. Pero eso no impide que atesore búsquedas siempre renovadoras bajo su propia impronta.
Con esas premisas Knörr, que sigue manteniendo una distancia prudencial entre las nuevas generaciones y la disciplina oteizana, no se deja lastrar por filosofías o místicas ancladas en lo meramente ancestral. Tampoco lo necesita. Sabe cómo quiere vivir, dónde quiere vivir, con quién y para qué. Y lo hace humildemente, bregando el aire, dibujando el espacio cada jornada.
Así, este escultor vasco que reside en Asturias, presenta en su segunda exposición en la galeria Nuble de Santander, sus obras 'no desechables', que incorporan nuevas vibraciones y ciertos mensajes más o menos ocultos. Contra la cultura de usar y tirar, que impone una manera de pensar diseñada para alimentar las necesidades a corto plazo de la industria, la política, la sociedad y el éxito inmediato, Knörr rechaza perder de vista las virtudes de las cosas duraderas. Se trata, en fin, de seguir articulando respuestas e integrando significados estéticos y funcionales al contexto de trabajo para cargarlo de especificidad. Y hacerlo, si cabe, con un lenguaje abierto, capaz de releer las vanguardias históricas y sus raíces escultóricas manteniendo fructíferos diálogos con los nuevos volúmenes. Piezas contundentes, pero ligeras, casi volátiles, pero enérgicas, que desvelan un eficaz planteamiento compositivo y un inflexible empeño constructivo , armonizando las tensiones entre continente y contenido y las relaciones, visibles o invisibles, esencialmente plásticas.
Y hoy además, Knörr lanza un canto cuasi ecológico. Un sentimiento de reciclaje cotidiano, red que atrapa experiencias de la memoria, apartándose de la sociedad de consumo para no ser consumido. Un canto crepuscular, que nace seguramente en las montañas del Norte, donde el artista habita sus días y sus noches. Imagen y silencio, dualidad que se filtra sutilmente en cada una de estas obras; rigor y fantasía, asumidos como ejes discursivos de este nuevo compendio de formas y vacíos. Sin dogmas, arquetipos ni amaneramientos.
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